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Relojes blandos

Surrealista, como los días que vivimos y los que aún nos restan por vivir.  Inquietante, como el paisaje a nuestro alrededor: yermo y desolado. Naturaleza muerta. Relojes blandos, marcando una hora fatal, y el tiempo, congelado o derretido, qué más da. Así lo retrató Dalí en 1931 en un óleo que llamó “La persistencia de la memoria” (más conocido como “Relojes blandos”), que en apenas 24x33 cm nos sitúa frente al espejo de nuestras propias contradicciones.

  • Última actualización
    23 marzo 2020 16:32

La sociedad moderna ha sacralizado  el tiempo como un valor escaso y extremadamente valioso (“el tiempo es oro”) y ahora  que  no tenemos otra cosa que el tiempo,  resulta que no sabemos que hacer con él. Nos hemos pasado media vida gritando “¡Que se pare el mundo, que yo me bajo!” y ahora que el mundo se ha parado, aunque sólo sea por unas semanas, ansiamos que se ponga en marcha para poder subirnos a él de nuevo. 

Y sí, qué quieren que les diga, ahora que la vida es un Mannequin Challenge global, uno prefiere vivir en la angustia de creer que llega tarde a todos los lados que no tener un lugar a donde poder llegar, pronto, tarde o puntual. Como la estatuilla de El Halcón Maltés, hecha del material del que están hechos los sueños, nosotros estamos hechos del material del que está hecho el tiempo. Necesitamos que las manecillas del reloj nos marquen cada hora, cada minuto y cada segundo. Necesitamos obedecer un horario, someternos a una rutina, cuya gestión queda ahora a nuestro libre albedrío, el que nos permiten las cuatro paredes de nuestra casa. Y sin embargo, no sabemos cómo gestionar  el enorme tesoro  que supone tener el tiempo en nuestras manos.

Dalí aborda en “La persistencia de la memoria” (“Relojes blandos”) la noción de la temporalidad y de la memoria. “El tiempo es una de las pocas cosas importantes que nos quedan”, dijo    el artista. 

“El tiempo es relativo”. Incluso para el reloj atómico de estroncio desarrollado por físicos del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología de Maryland (EE.UU.), que solo retrasa 1 segundo cada 15.000 millones de años.

Mientras millones de personas vivimos angustiados estos días de confinamiento en el confort de nuestros hogares, conectados con el exterior como jamás lo estuvo antes la humanidad, provistos, eso sí, de abundantes provisiones, maldecimos el lento discurrir del tiempo sin saber qué hacer con él.

Mientras tanto, en los hospitales y residencias de mayores, las manecillas de los relojes no se detienen. Avanzan. Corren. Es una carrera contrarreloj a vida o muerte. El tiempo es relativo, sí. Pero es un valor absoluto cuando de salvar vidas se trata. La regla suprema del transporte y de la logística es el just-in-time.  Justo a tiempo. Ahora, para salvar vidas.     Por tierra, mar y aire. 

El pasado sábado salió desde Yiwu (China) hacia Madrid  un tren cargado con 110.000 mascarillas quirúrgicas y 766 trajes protectores, siendo el primer tren de mercancías China-Europa en transportar suministros contra la epidemia hacia Europa. Llegará a Madrid en dos semanas. Antes lo harán varios aviones cargueros, también con material sanitario, mientras el transporte por carretera abastece todos los hogares de alimentos y de bienes de primera necesidad. El mundo no se detiene. Los relojes siguen marcando las horas. Aunque sean relojes blandos.