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El arte de tirar la piedra y tirar la mano

  • Última actualización
    11 mayo 2021 18:07

Yo soy muy de papeles, de todo por escrito, con tinta o con píxeles, pero todo bien clarito, porque de verborrea vamos en este país no ya sobrados, sino sobradísimos, y la lengua se nos calienta tanto o más que la piel de los cerdos en las parrillas, con el agravante de que el viento se lo lleva todo y máxime ahora que se impone ese principio incuestionable de los gurús monclovitas de que los votantes ni recuerdan ni retienen y les puedes estar vendiendo gatos y liebres sin importar si hoy eran negros o mañana eran blancos, porque parece ser que todo lo olvidamos. Parece ser...

Lo curioso es que toda la alegría de prometer y jurar, todo la enfervorizada pasión de las líneas rojas y de los axiomas panegíricos, toda la solemnidad papal sobre lo bueno y lo malo, lo divino y lo humano, la mentira y la verdad, todo eso se aplica con alegría dicharachera, con ligereza desinhibida cuando el terreno de juego son mítines, tertulias, declaraciones institucionales o, incluso, ruedas prensa (dicen que existen), es decir, cualquier sitio donde las palabras sean tan solo voz.

Ahora bien, cuando se trata de darle a la tecla y poner por escrito con el membrete oficial todas las ocurrencias por minuto que una cabeza es capaz de generar, entonces llega el momento de conjugar el sabio verbo de tentarse la ropa, todo un arte que bebe en los néctares de la poesía y el funambulismo, en el paraíso de la metáfora y el canto de los precipicios, una sublime arquitectura reservada para las plumas más sabias y las mentes más retorcidas.

Es tan delicado este trabajo de tener que dejar por escrito todo aquello que se quiere hacer pero no se puede decir, es tan especializado y meritorio este afán que cuando al final te despistas y terminas diciendo lo que realmente querías decir, deben activar las sirenas del “a mí que me registren” y retorcerle el cuello a todo gallo que se cruce por medio pues antes de que cante es necesario negar tres y tres mil veces la evidencia, con excusas del tipo “es una errata”.

Lo que dice el Gobierno por escrito es que ha “abierto un debate público” para hacer una revisión de las figuras fiscales a finales de 2023

He de reconocer que en el caso de la próxima fijación en España de peajes por el simple hecho de circular en vehículo por una carretera, el escribano gubernamental se lo ha currado, componiendo una serie de compromisos en el Plan de Recuperación donde el Gobierno no solo tira la piedra, sino que tira la mano y se tira él mismo con tal de meterle un estacazo de órdago al ciudadano en general y al transporte por carretera en particular mientras se jura y se perjura que aquí no está pasando todavía nada.

Más allá del eufemismo de la “fiscalidad verde”, más allá de hablar de medidas fiscales de “movilidad sostenible”, más allá de tanto no decir pero diciendo, lo que verdaderamente está escrito de los peajes en el Plan de Recuperación es que en el tema del pago por uso el Gobierno lo que ha hecho es “abrir un debate público” del que ahora se espera “retorno”, de tal forma que de cara a finales de 2023 se vería si se revisan las figuras fiscales que “inciden sobre la movilidad sostenible”.

Es decir, un globo sonda de libro pero con la finalidad de transformarlo en misil y darnos la matraca durante los próximos tres años para que terminemos asumiendo esta subida de impuestos por la vía del hartazgo y la rendición, y todo con esa falsedad conceptual de coletillas tramposas como lo del “déficit en mantenimiento”, como si fuera algo incontrolable fruto de no sé qué ingresos menos los gastos, cuando si en este país no se invierte en mantenimiento lo suficiente es porque al Gobierno de turno no quiere, no porque no haya impuestos para ello.

Por cierto, ¿hasta qué nivel de agresión al transporte por carretera está dispuesto a llegar el Gobierno? ¿Se trata de un juego para medir el límite del hartazgo y hasta dónde apretar antes de provocar un paro?