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Veinte

Hace veinte años visité por primera vez el interior de un puerto. Lo único que recuerdo era una ambulancia, tras la cual yacía inerte el cuerpo de un técnico de telefonía, aplastado por un transtainer.  Desde entonces nunca se me olvida cómo suena la sirena cuando arranca una grúa.

  • Última actualización
    18 marzo 2019 14:54

Hace veinte años visité por primera vez una terminal ferroviaria. Lo único que recuerdo de aquel día es un desierto de hormigón y un operario a bordo de un locotractor que explicaba por qué el primer tren no iba a llegar: el maquinista se negaba, iba a avisar al sindicato, que por qué “cojones” tenía que ir a no se qué nueva terminal, repetía. Desde entonces nunca se me olvida que para que las cosas funcionen en esta vida, más que dinero, más que máquinas, lo que verdaderamente hace falta es voluntad.

Hace veinte años visité por primera vez un centro de carga aérea. Lo único que recuerdo de aquel día es que, para recorrer las instalaciones, me subí a un Twingo verde de cuyo asiento la anfitriona retiró un chicle usado envuelto en un papel amarillo y un palo de chupa chups con restos roídos, cuyo color olvidé porque, de súbito, al arrancar el vehículo retumbó la radio ensordecedora. Tan alta estaba que tampoco recuerdo la canción. Desde entonces nunca se me olvida que, en lo personal y en lo profesional, hay que estar preparado siempre para dar tu mejor imagen sea cual sea el momento y la circunstancia, pues el día a día es tan diverso que en cualquier momento aparece alguien o algo inesperado.

Hace veinte años visité por primera vez una nave logística. Estaba a estrenar. Sólo recuerdo aquellas infinitas paredes blancas, el cura con el hisopo repartiendo agua bendita y mis pies, totalmente congelados, hasta el punto de que me dolían. Desde entonces nunca se me olvida el abrigo y los calcetines bien gordos en cada inauguración pero, sobre todo, tengo grabado a fuego que todo almacén nace vacío, tiritando, y que el calor de la actividad y el éxito sólo llegan después de mucho esfuerzo y tras salvar ese miedo paralizante tan similar al que tienen algunos escritores ante el folio en blanco.

Hace veinte años visité por primera vez el despacho de un directivo logístico. Lo primero que me preguntó es si pertenecía a alguna de las cabeceras de la por entonces aún pujante competencia. No le dije que no: le dije que “por supuesto que no”. Desde entonces aprendí a sentirme orgulloso de dónde trabajo y en qué trabajo, a esforzarme para que algún día fuera yo la referencia y a no sólo levantarme de mis errores sino también a no perder de vista las enseñanzas de los pasos que dan los demás.

Hace veinte años, hace exactamente veinte años, tal día como hoy, justo un 20 de marzo pero de 1999, visité por primera vez las oficinas de Diario del Puerto. Lo primero que se me viene a la cabeza son las paredes forradas de madera del despacho de Francisco Prado y un viejo, viejísimo Macintosh en cuya minúscula pantalla y con letras verdes escribí mi primera noticia logística. Desde entonces nunca se me olvida que en esta vida sólo se ama lo que se conoce y, si para amar hay que conocer, para conocer hay que aprender y para aprender hay que descubrir y creo que desde aquella primera visita a aquel primer puerto llevo veinte años descubriendo, veinte años aprendiendo, veinte años conociendo y veinte años amando al sector logístico y a Diario del Puerto.

Ojalá puedan ser veinte años más. Prepárense porque lo voy a intentar.