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Una visión global bastante aproximada

Lo bueno (o malo) de este oficio de columnista semanal es que uno siempre sabe por dónde ha salido el sol pero nunca por dónde se pondrá. Salga el sol por Antequera y póngase por donde quiera. Y es que la actualidad, la argamasa con la que se construyen las informaciones y también las opiniones, es caprichosa  e impredecible. Sigue su propio curso, sin pautas ni partitura. Ad libitum. Amanece, que no es poco.

  • Última actualización
    24 febrero 2020 17:35

Nos pasamos la vida empeñados en planificar y programar tareas, en agendar los días, las semanas, los meses e incluso los años, en hacer previsiones a corto, medio y largo plazo, en elaborar planes estratégicos como si fuéramos dueños de nuestro destino, amos de un tiempo que no nos pertenece, que tampoco es de nadie. Es la realidad, el simple discurrir de las cosas, o el destino,  si así  lo queremos llamar, quien, sin embargo, se encarga una y otra vez, de tirar a la papelera lo planificado, programado, agendado o previsto. 

A pesar de ello, pocas son las veces que en la empresa y en el ámbito personal, contamos con un Plan B para cuando los planes se van al garete. Pocos tienen/tenemos un Plan B o un Plan  de Contingencia que plantee una serie de acciones  como respuesta a algo que puede suceder o no, y especialmente a un problema que se plantea de forma imprevista, que puede serlo o no. ¿Acaso tenemos conciencia de qué es lo  contingente y qué lo necesario?

Como “amanecista” militante, el reciente fallecimiento de José Luis Cuerda, director de una de las mejores películas de la historia del cine español, “Amanece que no es poco” (1989), ha devuelto a las primeras capas de mi memoria algunas de sus escenas y diálogos más surrealistas e hilarantes, como cuando uno de los vecinos del pueblo  exclama al paso del alcalde: “¡Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario!”.  Y si, como José Luis Cuerda, se mueren los necesarios, ¿qué vamos a hacer entonces los que sólo somos contingentes...?

El Consejo de Ministros procederá hoy, si un azar del destino no lo evita, al cese de Salvador de la Encina como presidente de Puertos del Estado 341 días después  de su nombramiento por la misma persona que ahora lo cesa.

Desde que se tuvo conocimiento de que el ministro de Transportes, José Luis  Ábalos, había tomado la decisión de su destitución, han sido muchas las voces que han defendido la labor realizada por el presidente de Puertos del Estado, las iniciativas emprendidas, su voluntad reformadora, su capacidad de diálogo, su talante e incluso su empatía personal.

La “alta” política tiene sus propias reglas  y no cabe esperar que el ministro ofrezca ya explicaciones sobre las razones del cese a pesar de la corriente a favor de De la Encina y de las simpatías y elogios que ha cosechado. 

“Señor ministro, todos somos contingentes, pero De la Encina es necesario”, viene a clamar el sector, mientras el alcalde-ministro pasa por al lado y hace como que no ve ni escucha.

Si los designios de Dios son insondables, los de los santos del cielo, como los de los ministros, son impredecibles. Amanece, que no es poco, un día más.

En la plaza del pueblo han empezado las rogativas. Los vecinos dan vueltas ordenada­mente a la plaza rezando en voz alta el rosario. “Dadnos, santos del cielo, claridad de juicio”. “Dadnos, santos del cielo, rigor científico”. “Dadnos, santos del cielo, mucho discernimiento”. “Dadnos, santos del cielo, la capacidad de relativizar”. “Dadnos, santos del cielo, una visión global bastante aproximada”.  Como amanecista, yo creo que con esto último sería más que suficiente para ir tirando. ¿O no?