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Mascarilla integral

Han metido nuestra mente, nuestra imaginación, nuestras ilusiones y anhelos en un puñado de kilos de carne y huesos condenados a desaparecer. Y no lo podemos soportar. 

  • Última actualización
    26 junio 2020 00:09

Todo eso junto necesita explosionar por algún lado. Desde el origen del ser humano, las vías de escape se han abierto a base de inventar vida en el más allá, vida en otros planetas o vida con capacidad de recuperar la vida. Necesitamos que haya algo más que lo que hay. Sea lo que sea, pero algo más. Así, convivimos con fantasmas, marcianos y dinosaurios resucitados. Buscamos resurrección y nos salen zombis. Y nos apañamos con eso. Con el tiempo, se ha puesto de moda crear cada cual su versión alternativa a esta realidad real que tan poco nos satisface. Y empezamos a crearnos y a creernos mundos para lelos, construidos a base de mentiras. Nos hemos rendido y ahora las mentiras nos valen. Se perdonan, incluso se exigen. Pocos son los que se centran, o nos centramos, en vivir la realidad como si fuera lo único que tenemos, por limitado y triste que pudiera parecernos. El sirimiri de inexactitudes ha dado paso ya al tsunami de mentiras por doquier que nos empapa a todos en todo.

Necesitamos la realidad, la verdad. No es posible reconstruir un país maltrecho, una economía destrozada, una logística en crisis, sobre cimientos inciertos o inexactos. Los medios de comunicación mienten, los políticos mienten, los científicos mienten (cumplen órdenes). Les concedo que unos mienten más que otros. Poco más. Esta moda, esta pandemia de soltar barbaridades y que no pase nada, es lo realmente aterrador. No saldremos de la crisis sin una mascarilla integral que bloquee el acceso a cualquier dato o detalle que no sea verdad. Iremos de mal en peor mientras no se castigue, de modo especialmente severo, a quien mienta, desenfoque o tergiverse a conciencia. Los estragos del coronavirus son cosquillitas comparados con la tragedia que está causando la mentira. Esa acabará con todo y con todos. Ojalá esta moda de permitir y casi premiar la mentira pase pronto y todavía quedemos algunos en pie.  

Descubrir que un medio de comunicación miente debe ir unido a no volver a leerle ni una letra. Constatar, de verdad, no de suposición, que un político o un mandatario nos miente, debe significar que no reciba ni un solo voto nuestro. Aunque no nos quede a quien votar

Descubrir que un medio de comunicación miente debe ir unido a no volver a leerle ni una letra. Constatar, de verdad, no de suposición, que un político o un mandatario nos miente, debe significar que no reciba ni un solo voto nuestro. Aunque no nos quede a quien votar. Es complicado, lo sé. Pero si somos capaces de llevar la mascarilla, hemos de ser capaces de abrir bien los ojos para detectar las mentiras y para desterrar de nuestras fuentes de información a la confusión y el engaño. Siempre que sea eso lo que queremos, claro. Si de lo que se trata es de seguir creyendo en fantasmas o en marcianos, cualquier luz del pasillo nos parecerá la Santa Compaña.

La economía en general y nuestra amada logística en particular, no aceptan inexactitudes. Si la mercancía ha de llegar el jueves, ha de llegar el jueves. Si hay retraso o desperfecto, alguien, sencillamente, pagará por ello. Nuestro mundo profesional es especialmente riguroso. No queda otra que buscar fuentes de información profesionales y, sobre todo, honestas.

Tenemos que exigir a la información la veracidad que exigimos a un prospecto de medicamento. La mascarilla anti mentiras y/o anti gilipolleces debemos llevarla siempre. Y lavarla y revisarla.

Vienen a por nosotros, a por nuestro negocio, nuestro voto, nuestra salud, nuestra tranquilidad… y vienen con un arma tan infinita como la mentira. Atentos.