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El transporte, como Roma

Aunque no es habitual hablar de cine en estas páginas, esta semana no he podido sustraerme a uno de los temas estrella de este inicio de año –al menos, en algunos de los círculos en los que me muevo habitualmente. ¡Porque no todo va a ser logística en la vida!– que no es otro que la batalla entre los rendidos admiradores de la Roma del mexicano Alfonso Cuarón y los que poco más que se durmieron viendo la película. Parece que aquí no valen las medias tintas.

  • Última actualización
    08 marzo 2019 12:11

O te enloqueció esta historia en la que, seamos sinceros, no pasa casi nada y lo poco que pasa lo hace al ritmo de un caracol, o te pareció un aburrimiento de solemnidad. Yo, para qué se lo voy a negar, me encuentro en el segundo bando.

No les negaré que la fotografía es magnífica, que a nivel técnico la película es lo más, que Cuarón domina la dirección. Pero a mí, la historia no me llegó. Y miren que me gustan las películas lentas y con historias raras. Pero es que Roma no me emocionó. Ni por asomo. Aunque declarar públicamente estar en el bando de los que se aburrieron viendo Roma te ponga directamente en el saco de los “notienesniideadecine”.

Como decía John Carlin recientemente en un artículo sobre la película, aquellas personas a las que les gusta Roma  “son en todos los casos gente cool y culta que lee libros, va a galerías de arte, aprecia la música de Bach, procura no usar bolsas de plástico y detesta a Donald Trump”.  A los que no les gusta, “tienden a pertenecer a aquel sector más extenso de la burguesía que se interesa más por lucir un buen auto en el garaje que un tejido indígena en la pared, que sigue el fútbol, prefiere la carne al tofu y que no se desvela pensando en el calentamiento global”. Y eso que a Carlin tampoco le gustó nada la película. Aunque él se sitúa “entre los dos bandos –libros, Bach, fútbol, carne–”. Más o menos como yo. Aunque, en mi caso, pueden tachar el futbol de la lista, cambiar Bach por Wagner o Beethoven y añadir las galerías de arte.

El caso es que, como les decía, en Roma pasan cosas (pocas) pero tan lentamente y con tan poca fuerza, a mi modo de ver, que parece que no pase nada. De forma similar ocurre en los últimos meses con el sector del transporte terrestre de contenedores. Que no pasa nada.

Cuando nos encontramos a las puertas de un paro del sector –que se iniciaba hoy a no ser que a última hora del viernes alguien consiguiera obrar el milagro–, parece que por fin algo va a pasar. Porque en los últimos meses da la impresión de que no haya pasado nada. Aunque en verdad sí han ocurrido cosas. Pero ha sido algo así como el día de la marmota (ya ven que hoy estoy con el punto cinéfilo subido).

El sector del transporte terrestre de contenedores ha lanzado varios avisos de movilización que han acabado, todos, diluidos como azucarillos bajo la promesa de buscar toda la comunidad logística soluciones que alivien en alguna medida la complicada situación por la que pasan empresas y autónomos. Han sido meses de reuniones y más reuniones en las que se ha hablado siempre de lo mismo, para llegar siempre al mismo punto: prácticamente el de partida.

Ni los tiempos de espera en terminales y depots se han reducido, ni a quienes les corresponde asumir la responsabilidad por los contenedores inservibles que se intentan pasar por servibles la han asumido. Total, que hemos vivido unos meses de calma chicha aunque avisados de que la tormenta acechaba.

Ahora, y si finalmente se cumple el aviso de movilizaciones, sí que pasará algo. Aunque es muy probable que, como en Roma, al final tampoco pase nada porque... ¿se resolverán estos problemas una vez se acaben las movilizaciones? Veremos.