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Dormir en la trinchera

El desbloqueo de las garantías en la representación directa, adelantado el lunes por este Diario, pone al descubierto casi tres años después de la entrada en vigor del CAU lo bien que se nos da en este país perder el tiempo.

  • Última actualización
    13 marzo 2019 08:16

Viendo cómo se comporta en ocasiones la Administración Aduanera, se antoja pintiparado aquel refrán del demonio, las moscas y el rabo, ya saben, en algo hay que matar el aburrimiento, como si a la Aduana le sobraran los días, cuando, más bien es lo contrario y, además, ha venido en estos años mostrando su eficacia en numerosos ámbitos, si bien de forma directamente proporcional al empeño en hacer chapotear al sector logístico en nuevos charcos.

Es ingente la tarea que sigue habiendo por delante en materias como la implantación del CAU, el refuerzo en la dotación de las aduanas, la ventanilla única o la logística sin papeles, pero la Administración Aduanera no puede abstraerse de su ADN ególatra y arbitrario, presente desde el comienzo de los tiempos y que, por cierto, no es contradictorio con un espíritu dialogante, incluso cómplice. Así es más llevadero.

Lo cierto es que no he conocido jamás un subsector logístico donde quienes defienden los intereses de sus operadores deban estar permanentemente tan en tensión, sin posibilidad de bajar la guardia, siempre con las orejas enhiestas  y la mirada enfocada pues, en cualquier momento, te la clavan. Y es que tampoco he conocido nunca un eslabón de la cadena logística donde las mejoras hoy obtenidas puedan ser tranquilamente derribadas al día siguiente por la mañana. Lo que hoy es un avance y con el tiempo un derecho consolidado, un buen día, a la que te despistas alguien va y se lo carga, a menudo con esa excusa tan eufemística del dinamismo del comercio y de que lo válido hoy no tiene porqué valer mañana, cuando no es más que una trampa fruto de personalismos, porque en este mundo aduanero no hay más Dios que lo interpretativo y el ego de cada cual es su profeta.

En un ámbito normativo tan especializado, tan complejo, tan sumamente intrincado, la claridad debería ser la esencia para la supervivencia. En cambio, todo procedimiento que se genera en este ámbito está concebido para su interpretación, algunos creen que porque sin flexibilidad sería imposible facilitar el comercio exterior, si bien a menudo tengo la sensación de que se busca por encima de todo el tener espacio para la arbitrariedad, otra manera más de protegerse, piedra fundacional de toda aduana, espíritu tan denostado por la modernidad pero que tanto nos llama dada nuestra esencia humana.

El problema es que no sólo todo es interpretable, sino que doctores tiene la iglesia, por lo que el cerrilismo se suele abrir paso entre sesudas deliberaciones donde se olvidan los fines, las perspectivas y los horizontes y, al final, uno tiene la sensación de que prima la máxima de “si puedes tener razón, aunque no tenga sentido, aplícalo”, pues lo fundamental no parece a veces tanto servir al comercio exterior como apuntarse la medalla de haber encontrado un resquicio legal  donde apoyar cualquier barbaridad.

Insisto, ahí tienen como ejemplo el tema de las garantías, que si yo interpretaba, que si tú interpretas y que si él interpretará, sin importar ni el qué ni el para qué, sólo por el mero hecho de sentirse interpretadores, desquiciando al sector, forzado siempre en este ámbito aduanero a dormir en la trinchera.