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Arranquemos de una vez, por favor

El hastío y el hartazgo, la indignación y el pesar, la histeria y la historia que llevamos a rastras en estos meses que son años andan ya consumidas por acumulación y aplastamiento. Les juro que a estas alturas no quedan ni ideales, ni principios, ni sueños, ni ambiciones, ni mucho menos prioridades.

  • Última actualización
    07 enero 2020 15:57

Lo único que palpita ahora bajo este marasmo asfixiante es el deseo de que, sucedido lo sucedido ayer, por fin arranquemos, de que arranquemos de una puñetera vez en este país una nueva legislatura, por Dios, YA, de verdad, como sea, pero YA, y si tenemos que despeñarnos o santificarnos, si nos vamos a suicidar o glorificar pues qué quieren que les diga, ahora mismo que salga el sol por Antequera y póngase por donde quiera.

Es que, se lo confieso, ya da igual el ministro o la ministra, si está a lo que está o va de parranda, si se entera o se da por enterado, si se implica y aplica o delega y relega, si se aburre o disfruta, si dormita o levita, si cumple o incumple, si sólo le importa el partido o va partido a partido, si es rojo o rojísimo o, incluso, si sublima la Ley Campoamor para cambiar siempre el cristal no sea que la realidad nos devuelva el mismo color.

Ya me da igual el ministerio y sus competencias y si su nombre es eterno o esnobista, si es oportuno u oportunista, si es transgresor o tradicionalista, si es efectivo o efectista o, incluso, si no es más que sublimación de la Ley de la Mona y el Real Decreto del Monje, nada cambia, todo se queda, sea cual sea el hábito, lleve o no seda.

Ya resulta a estas alturas del todo punto indiferente si hay continuismo o revolución en el escalafón de Fomento, si es bueno o malo lo ya conocido, si es malo o bueno lo que estuviera o estuviese por conocer, si nos valen las mismas caras aunque sólo sea porque no hemos podido ni siquiera saber aún si valen o si es que ya lo sabemos y no nos valen; si lo que necesitamos es confianza o lo que vemos es demasiadas confianzas; si requerimos aprovechar la inercia o un estallido de nuevos bríos, en definitiva, si es mejor empezar de nuevo o empezar de una vez y sublimar la Ley Diógenes para concluir que aunque el “nunca” nos parece el cielo sólo el “tarde” puede rescatarnos de su verdadero infierno.

Y llegados a este punto del discurso, como comprenderán comenzar a pensar en el qué hay de lo mío de la logística y bajar al detalle argumental y práctico de marcos estratégicos, gobernanza, titularidad, liberalización, rebaja de tasas, competitividad de la cadena, intermodalidad, atomización, digitalización, intrusismo, infraestructuras, pesos y dimensiones, dumping o transparencia no es más que sublimar la Ley de Don Latino y “ponernos estupendos”, todo un lujo a estas horas y en este día en el que, insisto, sólo podemos pedir que esto empiece de una vez porque no hay muerte más absurda, más traicionera, más dulce y al mismo tiempo más cruel y tremenda que la que provoca la incertidumbre.

Mañana, pasado o al otro ya nos encargaremos de desempolvar el mazo, ya nos pondremos con tino -no podía ser de otra forma- a reescribir el Apocalipsis y ya descargaremos, si procede, hordas y hordas de tirios y, de paso, también de troyanos, en contra o en defensa de lo que venga, pero, por favor, que venga algo ya, que el Estado se ponga en marcha: este país en general y este sector logístico en particular necesitan menos “en funciones” y de una vez “funcionar”.